Es común escuchar la frase “con hambre no entran las letras”, y aunque parece una simple expresión, en realidad encierra una gran verdad. La relación entre la nutrición y el aprendizaje es más fuerte de lo que pensamos. Cuando una persona no tiene acceso a una alimentación adecuada, su capacidad de concentración, memoria y rendimiento académico se ve afectada. Esto es especialmente cierto en niños y jóvenes, quienes dependen de una alimentación balanceada para poder enfrentar los retos escolares.
El cerebro necesita energía para funcionar de manera eficiente, y esa energía proviene de los alimentos que ingerimos, especialmente de los carbohidratos y las grasas. Cuando una persona está pasando hambre o no recibe los nutrientes necesarios, su cerebro no puede rendir al máximo. Esto impacta directamente en la capacidad para aprender, memorizar y desarrollar habilidades. En otras palabras, cuando el cuerpo no tiene lo que necesita para funcionar correctamente, el cerebro tampoco puede desempeñarse al nivel que se espera.
En un país como México, donde muchas familias enfrentan inseguridad alimentaria, el impacto de la falta de alimentos es aún más grave. La educación se convierte en un derecho limitado, ya que no todos tienen acceso a los recursos necesarios para estudiar adecuadamente. Los niños que no comen bien no solo se sienten más cansados, sino que también tienen dificultades para concentrarse en clase, lo que repercute directamente en sus calificaciones y su futuro.
Es aquí donde los bancos de alimentos jugamos un papel fundamental. Nos dedicamos a ofrecer ayuda a quienes más lo necesitan, distribuyendo alimentos a familias en situación de vulnerabilidad. Pero no solo se trata de entregar comida, sino también de contribuir al bienestar general de los niños y jóvenes. Si queremos mejorar la educación en el estado y garantizar un futuro mejor para todos, debemos considerar la alimentación como un pilar esencial en el proceso educativo.
Desde los bancos de alimentos, podemos hacer varias cosas para apoyar la educación: Distribución de alimentos nutritivos en escuelas: Proveer a las instituciones educativas con alimentos saludables que ayuden a los estudiantes a mantenerse concentrados y con energía durante el día escolar.
Apoyo a programas de nutrición escolar: Colaborar con programas que enseñen a los niños y sus familias sobre la importancia de una alimentación balanceada para mejorar el rendimiento académico.
Educación en valores y salud: Organizar talleres educativos sobre la relación entre la nutrición y el aprendizaje, promoviendo hábitos alimenticios que favorezcan el desarrollo cognitivo.
Alianzas con universidades y centros educativos: Trabajar junto a instituciones académicas para implementar programas que apoyen a estudiantes en situación de vulnerabilidad, no solo con alimentos, sino también con herramientas que les ayuden a seguir estudiando.
Fomentar la participación comunitaria: Crear espacios donde las familias y comunidades se involucren activamente en el proceso de mejorar la alimentación de los estudiantes, a través de actividades colaborativas que promuevan la solidaridad y el trabajo conjunto.
Con estos pasos, desde los bancos de alimentos podemos contribuir de manera significativa a mejorar el estado educativo del país. La educación no solo se construye dentro de las aulas, sino también fuera de ellas, en las casas y en las comunidades. Si alimentamos el cuerpo, alimentamos la mente, y de esa manera, abrimos el camino a un futuro lleno de oportunidades