Durante mucho tiempo, ayudar a quienes no tienen qué comer fue visto como un acto de caridad. Dar lo que nos sobra, entregar una despensa, ofrecer un plato caliente… Todo eso ha sido necesario, pero también ha venido cargado, muchas veces sin quererlo, de una mirada que pone a quien da en un lugar superior y a quien recibe, en uno de dependencia o incluso vergüenza. Hoy, desde los bancos de alimentos, creemos que es momento de cambiar esa visión.
La diferencia entre la caridad tradicional y una asistencia basada en derechos es grande. En la caridad, la ayuda depende de la voluntad de alguien más. Se da porque “quiero”, no porque el otro tenga un derecho. En cambio, cuando trabajamos desde un enfoque de derechos, partimos de una idea clara: todas las personas tienen derecho a la alimentación, sin importar su situación económica. Quienes acuden a un banco de alimentos no están pidiendo un favor, están ejerciendo un derecho básico.
Desde nuestra labor, esto significa mucho más que repartir comida. Significa cuidar cada paso del proceso: desde el trato respetuoso en la entrega, hasta los alimentos que seleccionamos. Evitar actitudes que puedan hacer sentir menos a las personas, no imponer reglas que las hagan pasar por situaciones incómodas o humillantes, y sobre todo, escucharlas. Lo que brindamos no es «lo que nos sobró», sino lo que cuidadosamente recolectamos, almacenamos y organizamos pensando en la dignidad de quien lo va a recibir.
También implica que buscamos formas en que las personas puedan elegir. Algunos bancos de alimentos ya operan con esquemas tipo “tienda”, donde quien llega puede tomar lo que necesita según su situación y sus gustos. Parece algo menor, pero tener la posibilidad de escoger —en vez de recibir una bolsa armada por otros— devuelve autonomía y reduce la sensación de dependencia.
Hay que decirlo claro: el hambre no es culpa de quien la padece. Las causas son muchas: desempleo, problemas de salud, crisis económicas, exclusión social. No se resuelven con caridad ocasional. Por eso, el trabajo de los bancos de alimentos no debe entenderse solo como una ayuda, sino como parte de una red de protección que busca garantizar el derecho humano a la alimentación.
Ayudar con dignidad es el verdadero desafío. Y es también la diferencia entre repetir ciclos de pobreza o empezar a romperlos. Desde los bancos de alimentos, elegimos este segundo camino. Porque alimentar con respeto también alimenta la esperanza.
¿Qué podemos hacer desde los bancos de alimentos para brindar asistencia alimentaria con dignidad? Tratar a todas las personas con amabilidad y respeto, sin juicios ni preguntas invasivas. Un saludo cálido puede marcar la diferencia. Evitar largas filas al sol, al frío o en espacios visibles, para no exponer ni incomodar a quienes acuden. Brindar información clara y sencilla sobre el proceso de atención, sin burocracia excesiva ni lenguaje técnico.
Permitir que las personas elijan, dentro de lo posible, qué alimentos desean llevar, promoviendo su autonomía.Cuidar el estado y la presentación de los alimentos: entregar productos dañados o vencidos transmite el mensaje de que “cualquier cosa es suficiente”.No usar imágenes de personas recibiendo ayuda sin su consentimiento, ni convertir la pobreza en contenido para redes sociales.
Escuchar activamente a quienes acuden al banco, darles voz, preguntar qué necesitan o qué les gustaría cambiar. De hecho en este último punto, desde hace meses tenemos en nuestra organización un buzón de sugerencias donde todos los días nuestros beneficiarios pueden redactar quejas o sugerencias, mismas que nos han permitido cambiar y mejorar muchos procesos dentro de la organización.